coqui

-Beatriz Llenín-Figueroa

Despierto y rapidito me arrepiento: en el invaluable y nada comercializado periódico de mayor circulación en el país, hay primera plana con la carota del más reciente Hijo de Papá mudándose a La Fortaleza con medidas de seguridad añadidas para “proteger a la pequeña Claudia” y el sonsonete –más típico en este país que el lechón en la vara– de la riqueza impúdica. Simultáneamente, y al ladito, el periódico publica sobre las órdenes ejecutivas que persiguen más “austeridad y control fiscal” en esta colonia donde son siempre las otras las botaratas irresponsables. Claro, si eres médico, descuida, porque en lugar de ser austero en medida equivalente a los sacrificios que llevamos toda la historia exigiendo de las grandes mayorías, pagarás mucho menos en contribuciones para que te quedes en el lugar del que tantos quieren salir. La austeridad no es para ti. Ni para La Fortaleza. Ni para el Hijo de Papá.

Despierto y rapidito me arrepiento: escapo despavorida de un nada nuevo día en noticias, para encontrarme con un segundo imeil en espacio de una semana de una persona con puesto de esos de… mercadeo y cuentas de negocios. ¡Eso es! ¡Mi carrera profesional favorita! Resulta que, desde Canadá, la persona en cuestión me hostiga del modo más insoportablemente simpático y consciente de mi cultura (desea, por ejemplo y con signos de exclamación, que los tres reyes magos me estén tratando bien), para que nos reunamos hoy, mañana o, a más tardar, la semana que viene, para hablar de los servicios que ofrece una compañía “educativa” de nombre Sombrero de copa (okei, tuve que buscar la traducción de Top Hat porque eso es tan y tan ajeno a lo típico de mi país que solo lo había visto en películas “de época” de gente en Inglaterra). A otra más de la larga fila de adjuntxs que no han firmado contrato para empezar clases ya mismito en la colonia de la austeridad y el control fiscal, la quieren reunida con una funcionaria de una compañía millonaria para que “energice” sus salones de clase y motive más y mejor a sus estudiantes, conectándolxs a la “experiencia educativa” con sus aparatos inteligentes a toda hora y en todo momento (info derivada de la página de internet de Top Hat). El tagline de la compañía promete “hacer de los estudiantes expertos y de los profes héroes.” Se nota que la vendedora hizo su asignación sobre qué decirle a una puertorriqueña durante la primera semana de enero, pero se olvidó de guglear el nombre de la destinataria por aquello de asegurarse que ella soñara con innovar, cutting edge, haciendo de la educación un mega negocio de expertos. A mi imeil institucional de la UPR solo han entrado cuatro mensajes nuevos en el 2017: dos de Sombrero de copa y dos del servicio de cartero del RUM con el titular, en mayúsculas: ¿TE INTERESARÍA APRENDER MÁS SOBRE DRONES?

Ayer fue un día mejor: al abrir la manguera para llenar una regadera, se asomó una puntita casi imperceptible, luego un gran esfuerzo por salir, luego una piel traslúcida, luego unos ojitos y los chuponcitos más adorables agarrados de los bordes de la boca de la manguera, y luego un salto de danza al interior de la regadera. Un coquí –¡tan típico!–, con las más sutiles líneas amarillas en su dorso, se había alojado en la manguera para sobrevivir un árido comienzo de año. ¿Hace falta atestiguar algo más para educarse, para energizar el salón de clases, para llevar una vida austera? Ese instante de epifanía, sin aparato inteligente alguno, lo quiero para todxs mis estudiantes, siempre.

Vuelvo a buscar insoportables fotos de la junta en New York y en el Conquistador, de Ricardito asomado al balcón levantando los puños junto a sus “pequeñas,” de Pedro, su padre, y de Carlos RB, su abuelo, sonreídos frente al Capitolio, y me doy cuenta de un detalle hasta el momento inadvertido por nadie: todos llevan sombrero de copa bajo el sol del trópico que no se rinde. Me percato también, al mirar de nuevo fotos de la “campaña,” que Donald se protege el esprei del viento frío de New York con otro sombrero de copa. A él, el imperio lo corona con uno apropiado para el tamaño de su moña porque, claro, se manda a hacer su ropa, tailor-made. Hay que ser austeros, ¿o no? Como cuando era niña, que mi abuela adorada me cosía la ropa. No olvido nunca un trajecito sin mangas línea A, con tela de puntos de colores y una cinta turquesa con lazo. Yo con aquello me creía la diva de Llanadas. Pero nunca tuve sombrero, de copa ni de nada. Lo que sí tuve –y tengo– es el coro nocturno de los coquíes, que no se rinden.

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foto por Bea

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